Julio. 38 grados. La terraza a tope. Mojitos, gin tonics, copas con más decoración que un árbol de Navidad. Todo perfecto.
Hasta que el hielo se acabó.
No porque no hubiera previsión.
Sino porque el fabricador dijo basta.
Se calentó, empezó a soltar cubitos como si tuviera artritis y murió lentamente. Como el ánimo de los camareros.
El dueño, Mario, ya lo sabía. Ese aparato tenía más años que su local.
¿Y sabes lo que hizo?
No compró otro.
Lo alquiló.
Así, sin drama. Sin hipotecarse. Sin cerrar el bar.
Llamó a Santa Sed (porque ya lo conocía por el lavavajillas que había alquilado 6 meses antes).
Le pusieron un fabricador de hielo nuevo en menos de 24h.
Instalado, funcionando, sin pagar una fortuna.
Resultado:
- No perdió una noche de facturación.
- El hielo volvió.
- La terraza siguió a reventar.
- Y los camareros dejaron de hacer viajes al súper como si fueran traficantes de hielo.
¿Y qué pasó después?
— Siguió alquilando el fabricador.
— Lo metió en el contrato de renting junto con otras máquinas.
— Y ahora, cada vez que algo hace un ruido raro, levanta el teléfono y se lo arreglan.
No más sudores fríos.
No más “a ver si aguanta hasta septiembre”.
Y sobre todo: no más máquinas compradas que se convierten en chatarra premium.
Porque el hielo no puede fallar. Y tú tampoco.
Hay cosas que puedes improvisar en hostelería.
El hielo no es una de ellas.
Y si lo sabes, no esperas a que reviente.
Alquilas.
Te lo traen. Te lo instalan. Te lo mantienen.
Y tú a lo tuyo: llenar copas y la caja.
Con Santa Sed, por si no lo habías pillado ya.