Hay un momento clave en todo negocio de hostelería.
Ese instante en el que abres el horno y ves que lo que debería ser una lasaña jugosa y dorada parece una esponja deprimida con fiebre.
Y tú ahí, con la bandeja en las manos, preguntándote por qué demonios no va como en los vídeos de TikTok.
Respuesta rápida: porque tu horno es una castaña.
Respuesta larga: porque no lo alquilaste cuando debiste.
El horno de convección no es un horno cualquiera
Es el músculo silencioso de tu cocina. El que no se queja, no grita y no saca selfies.
Pero si no va bien, se te va el servicio al garete.
- Cocción uniforme.
- Ahorro de energía.
- Capacidad para hacer muchas cosas a la vez.
- Menos tiempos muertos.
- Y resultados que hacen que hasta el cocinero más cascarrabias diga “mira qué pinta”.
Pero eso, claro, si el horno es bueno.
¿Y si lo alquilas?
Pues dejas de preocuparte por todo esto:
- Cuánto cuesta uno nuevo.
- Si dentro de 6 meses estará obsoleto.
- Si te lo vas a comer con patatas cuando cambies la carta.
- Si puedes permitirte pagar otro cuando falle justo el sábado a las 21:00 h.
Y te centras en lo que importa: cocinar y vender.
¿Quién me lo alquila sin complicarme la vida?
Aquí es donde entra Santa Sed, como siempre que hay una decisión sensata que tomar:
- Te traen el horno.
- Te lo instalan.
- Lo mantienen funcionando como el primer día.
- Y si no sirve, lo cambian. No te juzgan. No te sermonean. Solo lo cambian.
Hornos con vapor, con sonda, programables, con puerta reversible, que casi te cuentan un chiste mientras cuecen.
Tú eliges el nivel de magia. Ellos se encargan del resto.
Recapitulamos:
- Si tu horno no hornea, no es culpa tuya. Es culpa de no haberlo alquilado.
- Si lo alquilas, duermes mejor y vendes más.
- Si lo alquilas con Santa Sed, encima no sudas.
Y si no lo haces, al menos no digas que nadie te avisó.